Ernesto tuvo, a pesar de todas las carencias que supone vivir en un país comunista, una infancia tan feliz que no la cambiaría por nada. De hecho, hoy mira hacia atrás y siente que esos fueron los años más felices de su vida, justo antes de que aquel barrio olvidado por muchos se convirtiese lentamente en su Macondo. Ernesto no entiende cómo hay quién puede olvidar de dónde vino. Ernesto no quiere olvidar quién es y se niega a negar años que, irreversiblemente, quiéralo la gente o no, han formado tantos estratos en sus pieles como capas en la tierra. Quizás sea ese su problema, que no sabe mirar hacia adelante, ¿o acaso será que cuando mira hacia adelante no ve más allá de esa neblina espesa? No, no, no, el problema de Ernesto es que no sabe ver en el presente. Si, decididamente, Ernesto es el peor ciego, pues no quiere ver.
De donde él viene no hay manera de mirar al presente, sólo al futuro y al pasado. En el pasado no hubo más que luchas, hambre, dolor, sudor, fatigas y muchos sacrificios hechos por aquellos mártires con nombres gastados, para que nosotros tuviésemos hoy lo que no tenemos. En el presente no hay más que luchas, hambre, dolor, sudor, fatigas, y muchos sacrificios, esta vez planificados, para que en algunos años, nadie nunca sabe exactamente cuántos, logremos al fin cultivar un beneficio colectivo, con nosotros y para el bien de ellos. En el futuro, cada vez más lejos, todo sería hermoso, na habría ni luchas, ni hambre, ni dolor, ni sudor, ni fatigas, ni sacrificios. En el futuro todo habría valido la pena. ¡Que pena que al futuro sólo hayan llegado ellos!
Decididamente Ernesto había aprendido como un reflejo condicionado durante sus veinticuatro años de vida en aquella caja de cristal, cristal blindado, a no mirar al presente, no mirar al sacrificio ni al dolor. Siempre había que mirar al futuro, que traería cosas mejores. Evidentemente, ya no aquel beneficio colectivo que habían puesto a cultivar en tierra infértil con semilla estéril ellos y nos mantenían regando a nosotros, pues ya él y sus abuelos se habían cansado de esperar el arribo de la primera meta prometida hacía ya 60 largos años. Ernesto entonces vive, aún hoy, en la felicidad del pasado y siempre pensando en lo que pueda traer el futuro. Él se refugia allí donde fue inocente y feliz, donde su madre calzaba zapatos rotos con el orgullo más estoico que jamás nadie haya visto para que él y su hermano pudiesen tener un par nuevo cada curso. Sin embargo, sólo piensa en el día que su madre pueda, por fin, tener ella también unos zapatos nuevos.
Pero Ernesto cree que comienza a ver, claro, como nunca ha abierto los ojos a la luz del presente, es como cuando los abre debajo del agua y todo es irremediablemente borroso. Sin embargo ve, y ha aprendido que no puede cerrarlos nuevamente a la espera de la nitidez total, ¡no! Ernesto quiere salir, correr, mirar, respirar, oler, ver lo poco que pueda hoy pues ha comprendido que la clave del acertijo: La único que se puede ver es el presente, todo lo otro vive en nuestro pensamiento.
Quizás tu, como yo, tengas algo en común con Ernesto.
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